Hace algún tiempo encontré este relato en un foro que tenía com fondo principal el pueblo. NO recuerdo si era el foro de "EL GUARDIÁN DEL CASTILLO" o el de "VENACAPACÁ", tampoco recuerdo quién fue su autor. El relato no lo he olvidado nunca, y el día que cree este blog tenía en en mente recuperarlo para todo el mundo. Y me ha llegado de casualidad esta mañana. Otro amigo al que también gustó mucho, tuvo la gran idea de guardarlo. Hoy me lo ha pasado y aquí os lo dejo.
Si el autor lo lee o si alguien recuerda quién lo escribió, puede ser un buen momento para que si él lo desea salga del anonimato.
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LOS OTROS DE BELMEZ
Sirva la presente como homenaje a esas ánimas perdidas, a esos pobres de espíritu que, en otros tiempos, deambulaban por las calles sin saber a dónde iban ni de dónde venían. Esas almas anónimas, pero conocidos por todos nosotros de manera física y corpórea, son los "otros". Estos personajes, que algún día fueron niños; que jugaron en las calles, como los demás niños. Que quizás, con un poco de suerte, hasta fueron a la escuela. Que hasta incluso algunos, pudieron hacer la "mili". ¿En qué momento de su vida fueron apartados y arrinconados por nosotros los "unos"? Hablo de los desahuciados por sus propias familias, y en definitiva de los rechazados por la sociedad. Hablo de los "otros", que a lo largo de los tiempos siempre existieron en la historia de las villas, pueblos o aldeas. Hablo del típico loco, del idiota, del inconfundible "Tonto del pueblo". Al final tanto al loco como al tonto, les metemos en el mismo saco: “los otros”. En nuestro caso, y en nuestro pueblo, el más famoso de todos los "otros" creo que fue Andrés "El Bobo". Su pelo siempre enmarañado, parecía que estaba a medio peinar o recién levantado, y por supuesto siempre con la barba a medio afeitar. Seguramente llevaba con la misma ropa algunos meses. Tuerto de un ojo por accidente o quizás tal vez por alguna severa catarata ocular. Y por el ojo que le quedaba sano, veía lo suficiente como para poder distinguir unas monedas de otras. ¿Os acordáis cuando le daban cambio en algún bar cómo arrimaba su ojo bueno a la palma de la mano que sujetaba las monedas?. Su caminar por la calle era inconfundible. Medio encorvado, no sabemos si por la edad o por los muchos años que estuvo empujando a un carrillo, repartiendo refrescos y cervezas. Así se ganó el pan durante gran parte de su vida, después acabó haciendo de recadero, ¿Su sueldo? Un plato de comida que llevarse a la boca y a lo mejor hasta le daban algo de dinero para sus gastos. Y entre recado y recado, alguna copa de vino o cerveza caía. Siempre había alguien que le invitara, a cambio de burlas y bromas a su costa. ¡Booobo!, ¡Cabroón! Contestaba furioso. Recuerdo a la figura del mítico Pablito, de entre "los otros", éste era el más bohemio de todos. La presencia de Pablito en las ferias y fiestas de los distintos pueblos de la "Comarca" era indiscutible. Aparecía de entre medio de la muchedumbre, balanceándose de lado a lado de la acera, en el que amenazaba con un desplome inminente, pero que al final nunca caía. Esos harapos que lucía como las mejores galas de un príncipe en una boda. Recuerdo también la cuerda reliada alrededor de su cintura, éste era el cinturón o correa que usaba. La lata que agarraba con una mano, que agitándola a modo de sonajero, emitía un bullicioso ruido producido por la calderilla que portaba en su interior, era su manera de pedir limosna. Y por supuesto, la botella de vino en la mano que le quedaba libre. También recuerdo aquella tímida vocecilla que salía de aquella boca desdentada y tembloroso labios. Aquella cara de pequeño tamaño, curtida por el tiempo, sucia, ennegrecida y arrugada por el sol. Nadie supo jamás de su procedencia ni nadie le preguntó. Nadie sabe cuándo y dónde sucumbió. El más inteligente de entre los "otros" se llamaba Pedro. Vino repudiado de Bélgica o Alemania, las malas lenguas dicen que su mujer o pareja, le drogó o envenenó y que se quedó así como consecuencia del mal de amores y de las secuelas del veneno. El caso es que él no hablaba muy bien de las mujeres. Se le veía venir de lejos, más bien se le oía, porque acostumbraba a cantar en voz alta por la calle. Sus trajes chaquetas estilo años 70, de colores pasteles y pantalones de pata ancha, que algún día estuvieron de moda allá en el país en el que estuvo emigrado, pero que ya estaban algo descoloridos y remendados. Al final, cambió los trajes por pantalones zurcidos y mangas de camisa, en los zapatos a veces se le veía la planta del pie por el agujero que en la suela había. Recuerdo cuando estábamos sentados en la terraza de algún bar, su saludo era siempre el mismo: ¿Me podríais dar un "sigarrillo"?... ¿Y lumbre?... ¡"Grasiaaas" muy amable! Me voy a sentar aquí un ratito con vosotros. Nosotros ya sabíamos lo que a continuación venía: ¿Me podríais invitar a un medio de vino? Nadie contestaba, entonces empezaban sus largas charlas sobre los temas más variopintos, por supuesto, exceptuando el hablar de mujeres. Este hombre leía mucho, era un "loco" bastante culto. El incesante parpadeo de sus pestañas, sus tic nervioso, su mirada hacia ninguna parte, nuestras preguntas absurdas en tono sarcástico, sus largos silencios, hasta incluso nos cantaba. Al final de la noche, él, se había bebido varias copas y nosotros nos habíamos distraído. Una simbiosis un poco extraña, pero todos agradecidos. El más raro de todos, el más solitario de los "otros" era el llamado "Torero". Dicen que algún día fue maletilla o aspirante a novillero. El caso es que en alguna ocasión, cuando él creía que estaba solo y nadie le observaba, bien en la calle, en el parque o en alguna plaza, con una muleta imaginaria, simulaba dar capotazos o pases de pecho a un toro que sólo él veía. Pero esto era lo de menos, quizás era más conocido por las muñecas que llevaba siempre bajo el brazo. De ropas sucias, a lo mejor encontradas en algún basurero. Sus cabellos, pelo o como queráis llamarlo, estaban siempre tiesos, no sé si por la cascarria que tenía o porque había metido los dedos en algún enchufe. Esto cuando tenía el pelo largo, en otras ocasiones iba rapado al cero. Pues bien, las muñecas tenían el mismo aspecto que su portador. Este caballero de delgada figura, jamás se relacionó con nadie. Tan sólo le escuché hablar una vez. ¡Bueno! Más que hablar, vocear. Todavía hoy me pregunto, cómo de aquel cuerpo tan escuchimizado, salió aquel torrente de voz ronca, seca y sonora. ¿El motivo? Alguien le escondió o le amenazó con quitarle una de sus diabólicas muñecas. Todo el mundo que observó la trifulca, se quedó boquiabierto o quizás algo acojonado. Escribiendo estas palabras, parece que aún le veo subiendo la calle Tesoro, mirando de reojo para todos lados, apretando contra sí a sus amigas las muñecas. Pero si profundizo algo más en mi memoria, puedo encontrar a un personaje que parecía sacado de una novela de Stephen King, de entre los “otros” éste era un auténtico misterio. Recuerdo cuando yo aún era un niño, cada día, a la salida del colegio, nos parábamos a jugar un rato al “pilón” o a la “copa” en la plaza El Santo. Pues bien de repente todos los niños nos quedábamos paralizados mirando hacia una esquina de la plaza, habíamos visto al “Chupapolos”. Aquel viejo, que no se quitaba la gabardina ni en los días más calurosos del verano, era un auténtico zombi, pero con gabardina. Lo que recuerdo con más claridad, era aquella cadavérica cara bajo aquel raído sombrero. Aquellas gafas redondas y aquella piel clara sin apenas carne pegada a los huesos de la cara. Me recuerda o recordaba mucho a D. Miguel de Unamuno, pero sin barbas ¡Claro está!. Quizás, ahora que lo pienso bien, se parecía bastante más a D. Manuel de Falla, por supuesto sin nada de chicha. La verdad es que daba miedo. Era bastante alto, al menos así lo veía yo desde el punto de vista de un niño, de delgadez extrema. Su caminar lento, de pasos cortos, aunque en realidad parecía que levitaba y se levantaba unos centímetros por encima del suelo. Una vez nos estuvo siguiendo desde el parque hasta las escaleras del castillo, y eso que andaba despacito. Logramos darle esquinazo cuando alcanzamos las rocas y nos metimos por los caminos de cabras del castillo. ¿Motivos de la persecución? ¡Cosas de niños!. Por supuesto que había más gente en el grupo de los “otros”, como eran el “Pescuezolata”, Angelito “El Loco” que prendió fuego a su casa, Basilio “el tonto” acompañado siempre de perros y algún manojo de cepos, etc. pero no quiero extenderme mucho más, no vaya a ser que cualquiera que lea este escrito piense que Belmez está lleno de “otros”. Quiero que este escrito sea un recordatorio, un homenaje hacia aquellos, que apartados o marginados por la crueldad de “unos” pasaron a ser “otros”. “¿Quién eres tú para juzgarme? ¿Quién eres tú para decidir dónde termina la cordura y dónde empieza la locura? ¿Acaso tú eres Dios y yo soy un renglón torcido?”
Sirva la presente como homenaje a esas ánimas perdidas, a esos pobres de espíritu que, en otros tiempos, deambulaban por las calles sin saber a dónde iban ni de dónde venían. Esas almas anónimas, pero conocidos por todos nosotros de manera física y corpórea, son los "otros". Estos personajes, que algún día fueron niños; que jugaron en las calles, como los demás niños. Que quizás, con un poco de suerte, hasta fueron a la escuela. Que hasta incluso algunos, pudieron hacer la "mili". ¿En qué momento de su vida fueron apartados y arrinconados por nosotros los "unos"? Hablo de los desahuciados por sus propias familias, y en definitiva de los rechazados por la sociedad. Hablo de los "otros", que a lo largo de los tiempos siempre existieron en la historia de las villas, pueblos o aldeas. Hablo del típico loco, del idiota, del inconfundible "Tonto del pueblo". Al final tanto al loco como al tonto, les metemos en el mismo saco: “los otros”. En nuestro caso, y en nuestro pueblo, el más famoso de todos los "otros" creo que fue Andrés "El Bobo". Su pelo siempre enmarañado, parecía que estaba a medio peinar o recién levantado, y por supuesto siempre con la barba a medio afeitar. Seguramente llevaba con la misma ropa algunos meses. Tuerto de un ojo por accidente o quizás tal vez por alguna severa catarata ocular. Y por el ojo que le quedaba sano, veía lo suficiente como para poder distinguir unas monedas de otras. ¿Os acordáis cuando le daban cambio en algún bar cómo arrimaba su ojo bueno a la palma de la mano que sujetaba las monedas?. Su caminar por la calle era inconfundible. Medio encorvado, no sabemos si por la edad o por los muchos años que estuvo empujando a un carrillo, repartiendo refrescos y cervezas. Así se ganó el pan durante gran parte de su vida, después acabó haciendo de recadero, ¿Su sueldo? Un plato de comida que llevarse a la boca y a lo mejor hasta le daban algo de dinero para sus gastos. Y entre recado y recado, alguna copa de vino o cerveza caía. Siempre había alguien que le invitara, a cambio de burlas y bromas a su costa. ¡Booobo!, ¡Cabroón! Contestaba furioso. Recuerdo a la figura del mítico Pablito, de entre "los otros", éste era el más bohemio de todos. La presencia de Pablito en las ferias y fiestas de los distintos pueblos de la "Comarca" era indiscutible. Aparecía de entre medio de la muchedumbre, balanceándose de lado a lado de la acera, en el que amenazaba con un desplome inminente, pero que al final nunca caía. Esos harapos que lucía como las mejores galas de un príncipe en una boda. Recuerdo también la cuerda reliada alrededor de su cintura, éste era el cinturón o correa que usaba. La lata que agarraba con una mano, que agitándola a modo de sonajero, emitía un bullicioso ruido producido por la calderilla que portaba en su interior, era su manera de pedir limosna. Y por supuesto, la botella de vino en la mano que le quedaba libre. También recuerdo aquella tímida vocecilla que salía de aquella boca desdentada y tembloroso labios. Aquella cara de pequeño tamaño, curtida por el tiempo, sucia, ennegrecida y arrugada por el sol. Nadie supo jamás de su procedencia ni nadie le preguntó. Nadie sabe cuándo y dónde sucumbió. El más inteligente de entre los "otros" se llamaba Pedro. Vino repudiado de Bélgica o Alemania, las malas lenguas dicen que su mujer o pareja, le drogó o envenenó y que se quedó así como consecuencia del mal de amores y de las secuelas del veneno. El caso es que él no hablaba muy bien de las mujeres. Se le veía venir de lejos, más bien se le oía, porque acostumbraba a cantar en voz alta por la calle. Sus trajes chaquetas estilo años 70, de colores pasteles y pantalones de pata ancha, que algún día estuvieron de moda allá en el país en el que estuvo emigrado, pero que ya estaban algo descoloridos y remendados. Al final, cambió los trajes por pantalones zurcidos y mangas de camisa, en los zapatos a veces se le veía la planta del pie por el agujero que en la suela había. Recuerdo cuando estábamos sentados en la terraza de algún bar, su saludo era siempre el mismo: ¿Me podríais dar un "sigarrillo"?... ¿Y lumbre?... ¡"Grasiaaas" muy amable! Me voy a sentar aquí un ratito con vosotros. Nosotros ya sabíamos lo que a continuación venía: ¿Me podríais invitar a un medio de vino? Nadie contestaba, entonces empezaban sus largas charlas sobre los temas más variopintos, por supuesto, exceptuando el hablar de mujeres. Este hombre leía mucho, era un "loco" bastante culto. El incesante parpadeo de sus pestañas, sus tic nervioso, su mirada hacia ninguna parte, nuestras preguntas absurdas en tono sarcástico, sus largos silencios, hasta incluso nos cantaba. Al final de la noche, él, se había bebido varias copas y nosotros nos habíamos distraído. Una simbiosis un poco extraña, pero todos agradecidos. El más raro de todos, el más solitario de los "otros" era el llamado "Torero". Dicen que algún día fue maletilla o aspirante a novillero. El caso es que en alguna ocasión, cuando él creía que estaba solo y nadie le observaba, bien en la calle, en el parque o en alguna plaza, con una muleta imaginaria, simulaba dar capotazos o pases de pecho a un toro que sólo él veía. Pero esto era lo de menos, quizás era más conocido por las muñecas que llevaba siempre bajo el brazo. De ropas sucias, a lo mejor encontradas en algún basurero. Sus cabellos, pelo o como queráis llamarlo, estaban siempre tiesos, no sé si por la cascarria que tenía o porque había metido los dedos en algún enchufe. Esto cuando tenía el pelo largo, en otras ocasiones iba rapado al cero. Pues bien, las muñecas tenían el mismo aspecto que su portador. Este caballero de delgada figura, jamás se relacionó con nadie. Tan sólo le escuché hablar una vez. ¡Bueno! Más que hablar, vocear. Todavía hoy me pregunto, cómo de aquel cuerpo tan escuchimizado, salió aquel torrente de voz ronca, seca y sonora. ¿El motivo? Alguien le escondió o le amenazó con quitarle una de sus diabólicas muñecas. Todo el mundo que observó la trifulca, se quedó boquiabierto o quizás algo acojonado. Escribiendo estas palabras, parece que aún le veo subiendo la calle Tesoro, mirando de reojo para todos lados, apretando contra sí a sus amigas las muñecas. Pero si profundizo algo más en mi memoria, puedo encontrar a un personaje que parecía sacado de una novela de Stephen King, de entre los “otros” éste era un auténtico misterio. Recuerdo cuando yo aún era un niño, cada día, a la salida del colegio, nos parábamos a jugar un rato al “pilón” o a la “copa” en la plaza El Santo. Pues bien de repente todos los niños nos quedábamos paralizados mirando hacia una esquina de la plaza, habíamos visto al “Chupapolos”. Aquel viejo, que no se quitaba la gabardina ni en los días más calurosos del verano, era un auténtico zombi, pero con gabardina. Lo que recuerdo con más claridad, era aquella cadavérica cara bajo aquel raído sombrero. Aquellas gafas redondas y aquella piel clara sin apenas carne pegada a los huesos de la cara. Me recuerda o recordaba mucho a D. Miguel de Unamuno, pero sin barbas ¡Claro está!. Quizás, ahora que lo pienso bien, se parecía bastante más a D. Manuel de Falla, por supuesto sin nada de chicha. La verdad es que daba miedo. Era bastante alto, al menos así lo veía yo desde el punto de vista de un niño, de delgadez extrema. Su caminar lento, de pasos cortos, aunque en realidad parecía que levitaba y se levantaba unos centímetros por encima del suelo. Una vez nos estuvo siguiendo desde el parque hasta las escaleras del castillo, y eso que andaba despacito. Logramos darle esquinazo cuando alcanzamos las rocas y nos metimos por los caminos de cabras del castillo. ¿Motivos de la persecución? ¡Cosas de niños!. Por supuesto que había más gente en el grupo de los “otros”, como eran el “Pescuezolata”, Angelito “El Loco” que prendió fuego a su casa, Basilio “el tonto” acompañado siempre de perros y algún manojo de cepos, etc. pero no quiero extenderme mucho más, no vaya a ser que cualquiera que lea este escrito piense que Belmez está lleno de “otros”. Quiero que este escrito sea un recordatorio, un homenaje hacia aquellos, que apartados o marginados por la crueldad de “unos” pasaron a ser “otros”. “¿Quién eres tú para juzgarme? ¿Quién eres tú para decidir dónde termina la cordura y dónde empieza la locura? ¿Acaso tú eres Dios y yo soy un renglón torcido?”
P.D. Que nadie se ofenda, ni los “unos” ni los “otros”.
5 comentarios:
Gracias a un Cuerdo hoy no tenemos al Loco Pedro entre nosotros. Ni el loco es tan loco, ni el cuerdo es tan cuerdo...
Un recuerdo muy necesario. Siempre pensé en este tipo de personas cuando se fuerana dormir, a solas. ¿Qué pensarían? ¿Y al levantarse? ¿Se plantearían qué iba la vida a darles un día más?
Muy triste.
Muy guapo el relato, aunque por mi edad, hay 2 o 3 que no conozco...
Esta gente son algo de del pueblo. Con el paso del tiempo son algo más que "otros". De hecho ellos son recordados por todos. No se puede decir lo mismo de todos los "unos"
Si, y a todos estos yo añadiría el personaje más pintoresco de todos, "La Picá", que vivía en una cueva en el castillo, que leía la buenaventura y echaba las cartas, arreglaba el mal de amores y vete a saber qué otras mil cosas más. La Picá pobló mi infancia (y seguro que la de otr@s tantos) con fantasías de brujería y de misterio cuando la veíamos vagabundear por las calles, con sus harapos, despotricando contra todo, arrugada, pequeña y sucia.
Hoy día, cuando pienso en ella, me doy cuenta de que era una pobre mujer,solitaria y enferma que malvivía rechazada por ser diferente. Valdría la pena conocer un poco más de ella. ¿Cuál era su pasado?, ¿de dónde venía?. Cuando se murió, todo el pueblo lo comentó. Yo era pequeña pero me di cuenta de que La Picá era alguien importante en el pueblo, después de todo. Quizás hay alguien que pueda añadir más información sobre esta mujer.
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